martes, 11 de diciembre de 2007

¡¡¡UN ADIOS INESPERADO!!!




































"ADIOS A LAS GEMELAS".



El día 11 de Septiembre del año 2001 supuso una enorme conmoción a nivel mundial. Millones de personas acudían perplejas desde todo el mundo al desmoronamiento de las dos Torres Gemelas de Nueva York. Dos aviones habían derruido el sueño americano. Los teleespectadores de todos los países del planeta asistían a un espectáculo desconcertante que los medios no hacían sino que repetir y volver a repetir. Las conjeturas de los primeros momentos se iban cimentando rápido y antes de lo que nadie pudiera creer la noticia, los atentados del 11 de Septiembre era un hecho comprobado y demostrado. Aquellos dos monolitos ciclópeos a la avaricia y a la soberbia se habían desvanecido, transmutados en polvo por el efecto de dos aviones secuestrados y dirigidos a la fuerza por kamikaces musulmanes. Fanáticos, sin duda, sin respeto a la vida, alentados por el Corán en una Guerra Santa, esa Jihad sin sentido contra los Estados Unidos y todo el mundo libre. La pantalla de los televisores de todo el mundo se llenó de polvo y humo. Especiales sensacionalistas sobre la tragedia humana, con ese estilo carroñero exclusivamente propio de los medios de comunicación, exhibieron las imágenes más impactantes y crueles. Cuerpos cayendo al vacío huyendo de la carbonización a manos de las llamas, gente atrapada clamando ayuda, desesperación, llantos, cuerpos muertos... La delicadeza de los programas informativos y especiales dedicados al terrible evento extendió una feroz condolencia y un piadoso rencor entre millones de televidentes. Condena por parte de todos los dirigentes mundiales. Luto y minutos de silencio por doquier, en cada parlamento, escuela, instituto, espectáculo deportivo, programa televisivo. Una repulsa desaprobatoria con sabor made in Hollywwod en cada hueco de este desprestigiado planeta. Todos los bienpensantes demócratas clamaron indignados contra el nuevo villano que los cátodos difundían incansables: Osama Bin Laden, un tipo barbado en apariencia musulmán y eternamente amenazante.
Millonario, de origen incierto, motivaciones menos claras, turbante y un mal inglés bastan para crear un arquetipo, un reclamo, una imagen sobre la que descargar nuestros Dos Minutos de Odio y tener la certera convicción de la existencia de alguien a quien culpar por lo ocurrido. Esa mente enferma, fanática, desquiciada por el odio era la respuesta que el ciudadano medio necesitaba. El icono catársico. Osama Bin Laden. Terrorismo. Sencillo y directo, fácil de asimilar. Sin tramas ni complicados intereses soterrados. Al-Qaeda, esa red fantasma que actúa por todo el globo sin que ningún servicio secreto pueda hacer nada a tiempo. No se les localiza hasta que cometen sus réprobos actos. Vídeos del terrorífico y maligno ente barbado se suceden en todos los especiales y telediarios de todos los países esporádicamente y durante un largo tiempo. Que nadie olvide que existe una sempiterna amenaza. Luego se revela que se esconde en Afganistán, un infierno para las mujeres y un paraíso para el Islam ultra ortodoxo. La figura de Bin Laden permanece de incandescente actualidad pero pasa a un segundo plano. Ahora los avances informativos, los telediarios y documentales de investigación abren una nueva puerta, a esa que ese misterioso personaje que asesinó a miles de personas el 11 de Septiembre nos ha conducido: Afganistán. La piedra en el zapato soviético resulta ser cobijo para terroristas.

http://www.laangosturadigital.com.ar/v2/noticia.php?id_noticia=168&origen=web




Los talibanes, gente hasta hace dos días desconocida para el 95% de los occidentales, aquellos a los que los yankis apoyaron y llevaron al poder durante su conflicto liberatorio contra la U.R.S.S., quedan al desnudo ante el angular de los rigurosos y objetivos medios de comunicación. Tiranos fanáticos, mantienen un gobierno despótico integrista que comete tantas violaciones de los derechos humanos que es imposible no mostrárnoslas para que despertemos de nuestro cómodo letargo y aprobemos lo que haya que aprobar para que aquella barbarie inefable se acabe. Mujeres estranguladas bajo gurkas, silenciada su voz por el macho islámico, censura que amortaja la libertad de prensa, cubil de terroristas archipeligrosos, derechos humanos pisoteados, pobreza y miseria sin parangón, analfabetismo,... Era como si ese país recóndito hubiera materializado toda la maldad del planeta en un solo año. Nunca antes había importado como vivía la mujer afgana bajo el régimen talibán. Ningún periódico, radio o informativo había centrado antes sus reportajes y noticias en aquella sequedad arenosa que llaman Afganistán ni en las gentes que moran en ella. Ahora, aderezado por amenazas de Bin Laden, se sucedían los especiales y reportajes sobre el pequeño país que hizo frente a los soviéticos. Los estadounidenses se encargaron de recordarnos lo peligroso que era aquel popular desconocido. Había que neutralizarlo. Encontrarlo fuere como fuere y extirpar del mundo ese peligro para que las admiradas democracias occidentales de corte neoliberal pudieran seguir celebrando reuniones del G-8 y planificando el desarrollo y bienestar del mundo libre. Cualquier método sería válido en una situación extrema como esa. Hasta quizá una invasión que de otra manera el gran público, esa masa de ciudadanos que componen los Estados, no hubiera aprobado. La zanahoria dispuesta ante el burro. Restaba aguardar el movimiento. El pueblo afgano sería liberado de ellos mismos y, de paso, el oleoducto que iba a pasar por el país podría hacerlo sin problema conectando miles de metros cúbicos bajo la tutela estadounidense.
Bin Laden no apareció pero pronto se olvidó ese detalle. Los media centraron sus noticias en otra dirección, nuevos espectáculos que exorcizaron al anterior a archivos olvidados. Poco a poco, aquel conato bélico en busca de justicia infinita, aquel conflicto relámpago que salpicó nuestras pantallas y periódicos durante algunos días, se extinguió. Nadie pidió explicaciones. Los cabos sueltos quedaron sin atar. Los gobiernos implicados en el conflicto ocuparon sus agendas con nuevos asuntos internacionales y aquella tragedia humana se escurrió por el sumidero. Pero no todo se obvió. Nuevos y amenazantes conceptos se erigieron cual torres monolíticas anteriores al 11 de Septiembre.
Terrorismo. La Nueva Palabra clave en el ideario de los poderosos. El 11 de Septiembre y su explotación mediática supuso un nuevo filón para los dirigentes de los Estados. Bajo el emblema de terrorismo se abre una nueva posibilidad de ablación de los derechos humanos y represión ante los grupos disidentes a la estructura económica, y política global. En la lucha contra el terrorismo todo vale. La guerra sucia está justificada y sólo basta acusar a cualquier persona u organización como terrorista para aplicarle sentencias sin precedente en la historia contemporánea. El nuevo código penal del Estado español eleva el número de días de incomunicación de un individuo acusado hasta 14 días, más del doble del que Turquía permite (siendo este último país referencia en cuanto a brutalidad carcelaria y penas más represivas se refiere). Valga este aterrador dato como ejemplo. Además, parece ser que las acusaciones por terrorismo no hace falta probarlas. Solo el simple hecho de relacionar nominalmente a ese individuo u organización con el terrorismo y unas imágenes dudosas en el noticiario bastan para que las condenas más severas caigan sobre él/ella. La opinión pública lo aplaudirá con tan solo oír el vocablo terrorista o violento. Vincular un movimiento, organización o persona con este nuevo fantasma supone desacreditarlo y da la más que probable opción de censurarlo, prohibirlo, boicotearlo, encarcelarlo y reprimirlo. Una hábil campaña mediática será suficiente para que la opinión general del ciudadano sea favorable a los dictámenes del gobierno. Frente a esta oleada a nivel mundial de represión y vejación de derechos el individuo que se niega a aceptar la oficialidad y se encuentra desprotegido y atemorizado. Ese temor de ser reprimido evita que se actúe y esa anulación de la capacidad de actuación del ser humano (que no es más que dicho con otras palabras la inhibición de su libertad) es el triunfo del Estado neoliberal. Su meta, lo que persigue, esa purga sutil de todo lo que se oponga a sus intereses y al voraz desarrollo de su economía está mucho más cerca. El 11 de Septiembre del año 2001 marcó un antes y un después. Un punto de inflexión hacia el perseguido y anhelado pensamiento único. O con nosotros o con los malvados terroristas. Sólo una pregunta abre una duda dolorosa para aquel que se la plantee: ¿Quién se benefició de aquellos atentados?.
Esta cuestión fue la que empezaron a platearse una pequeña gran facción de individuos mal pensantes. Cuestionar la versión oficial. Esa disidencia intelectual sospechó que algo no encajaba en las explicaciones que daba la Casa Blanca. El gobierno estadounidense ocultaba algo y saltaba a la vista dados los elocuentes indicios que se pasaron por alto (o se conocían pero confiaron en la alienación de la ciudadanía que no disentiría de la oficialidad divulgada). Declaraciones contradictorias, puntos dudosos en la versión oficial, incoherencias en las explicaciones hacían insostenible la propuesta gubernamental de los atentados. Comenzaron a surgir artículos, informes y libros que denunciaban la manipulación descarada que estaba llevándose a cabo por las compañías norteamericanas. Pruebas desgarradoras mostraban a la opinión pública los intereses ocultos de la administración Bush y de la permisividad de sus sistemas de seguridad conocedores de los atentados. Y no era la imaginación paranoide de varios dementes de la extrema izquierda. Eran aportes sostenidos por datos, números y nombres que ligaban toda la trama a una eterna: el ansia económica. Pese a ello, no se dio repercusión a esas entrevistas y publicaciones. Ningún medio público hizo eco de las acusaciones contra el gobierno de Estados Unidos. El circo mediático estaba ocupado por la rigurosa información oficial. Solo unos pocos y pequeños canales abrieron su limitada voz a esos pensadores y activistas.
Fruto de esos esfuerzos por parte de unos pocos puedo reproducir aquí la entrevista que incluyo a continuación. Shoenman disecciona paso a paso toda la versión del gobierno de los Estados Unidos de América y la refuta punto por punto llegando a ofrecer un todo que hiela la sangre. Proporciona datos, cifras e intereses que sobradamente justificarían la trama que se oculta tras la nube de polvo que las dos enormes Torres Gemelas dejaron al caer. El Pentágono tiene mucho que explicar. El terrorismo geométrico de los Estados Unidos de América alarga su sombra en estos albores del siglo XXI aún y cuando tantos Jacobos Arbenz, Salvadores Allende, Malcolms X, Monseñores Romeros, Lithers Kings, Farabundos Martí, Che Guevaras, Augustos Cesares Sandino, ofrecieran su vida contra el voraz imperialismo homicida de la Casa Blanca. ¿Habrán de transcurrir otros cincuenta años para que la historia desclasifique los macabros sucesos del World Trade Center?. ¿Qué tipo de intereses pueden llevar a un gobierno a tan cruentos actos?. Creo que las palabras de Shoenman se bastan a sí mismas y ponen contra las cuerdas las explicaciones de la Casa Blanca.

http://www.biografiasyvidas.com/reportaje/bin_laden/

http://es.wikipedia.org/wiki/George_W._Bush






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